ENTRE TOLDOS Y REJAS

ENTRE TOLDOS Y REJAS

(14 febrero 2012)

Así vivíamos entre toldos y rejas durante el período del terrorismo en nuestro país. Los jardines de las casas se cerraron .Las rejas y sus fabricantes, estaban en su mejor época. Se enrejaba jardines, cocheras, patios interiores, ventanas, puertas de acceso a las viviendas, porque nadie sabía en qué momento del día o la noche podía ser víctima de la insania y la crueldad de desadaptados sociales.

Porque hay que analizar las cosas de ambos lados o bandos. Los “malos” que aplicaron el terror y los “buenos” que son los que provocan estas manifestaciones de odio y soberbia al país que nos ha brindado un lugar para ser hijos suyos. Antes de comportamientos nada usuales, debemos entender lo maravilloso de un país como el Perú. A pesar de que nuestros vecinos aprovecharon etapas de nuestra historia para apoderarse de nuestro territorio, seguimos disfrutando de un terreno fértil y cálido en sensibilidad. Aquí disfrutamos como nadie de un terreno inmenso de regiones en costa, sierra y selva. Tenemos todos los climas, y todas las alturas de un terreno construido, por las divinas manos del Creador. Nos sobra agua en los nevados, los lagos, los ríos, y el Mar de Grau. No hay especie vegetal, animal o mineral, que irremediablemente para nuestros enemigos de afuera y de adentro, nos falte. Además, poblamos este milenario país las muchas etnias que se han mestizado a través de los siglos creando un prototipo de peruano que come y bebe de lo mismo de norte a sur y de este a oeste.

Nuestras noches, son noches y nuestros días, son días. El sol sigue alumbrando y vigilante nutre nuestros alimentos y nuestra piel.La luna aún aparece en las noches para obsequiarnos los inolvidables recuerdos de su romanticismo despierto. Aquí los peces abundan y los diminutos como los grandes nos esperan para alimentarnos complaciendo nuestras energías.

Algo falló en nuestra cadena histórica que hizo que hermanos se enfrenten a hermanos y que la muerte sea el titular de los medios de comunicación por años. El terror sembrado en calles, plazas, pueblos y ciudades. El regreso al oscurantismo histórico de las crueldades menos humanas y complacientes, para quienes amamos la vida.

Recuerdo en esa década haber visitado museos con mis alumnos mayores escoltado por guardaespaldas armados. Aún mi mente regresa a pensar cómo me alejé de restaurantes y lugares concurridos, para volver a mi verdad de cuerpo mutilado, muertos y bocas calladas por la crueldad.

Estaba condenado nuestro Perú a ser víctima permanente, sin escuchar los ruegos de miles de madres que perdieron a sus hijos y de hermanos que perdieron a sus hermanos en un destino oscuro, donde los cuerpos muchas veces no se encontraron. Estaba también al otro lado el espantoso silencio de los sabios, los que ponen paños fríos a las revueltas que surgen en el país cuando el atropello, el abuso, el robo, la coima y tantas mañas más, forman parte de esa clase privilegiada del uniforme y la corbata. Allí están provocando desde su imaginaria ventana otro período sanguinario en la vida de los peruanos de hoy, ayer y siempre.

En estos años, he aprendido a usar una sombrilla para protegerme del mal, de los políticos viejos y mañosos que hacen de su cargo un banco personal esquilando a la Patria en desmedro de otros. He aprendido a custodiarme yo mismo, ante la oscuridad de los días y la acentuada oscuridad de las noches. Por suerte durante ese período nefasto, no perdí mis sueños, no cerré mis ojos al amor, al arte, a las cosas bellas de mi vida. Por suerte me condené a mi mismo a ser feliz a pesar de las explosiones cada vez más cercanas, y de los tanques abusando de las calles, las noches y la pobre gente. Mi pintura fue ganando cada vez más color, y mis animales se convirtieron en trazos hechos por frescos niños.

Fecundé en mí la semilla de la sonrisa frente a quienes dependían de mis enseñanzas, y traté de enseñarles a descubrir lo maravilloso de la vida, a pesar de custodiarme yo mismo para evitar ser herido o muerto. Nunca dejé de llevarme un alimento a la boca, ni me privé de mirar las flores en los jarrones de casa, ni de instalarme en mi taller para seguir creando. Tampoco crucé los brazos como esperando que todo pase y no me toque, me agreda, o convulsione. Fui solidario en el dolor, y mis creencias religiosas construyeron un follaje imaginario para proteger a mis hermanos peruanos.

Recuerdo una noche haber atravesado la ciudad desde Barranco hasta Lima, y enterarme en el noticiero de las diez, que todo el recorrido estaba lleno de explosiones en bancos, y empresas importantes. Sin duda, una vez más la mano bendita de Dios estuvo de mi lado. Por ello hoy que el tiempo me ha regalado más años de vida, levanto mis brazos ávidos de silencios ante el espejo y quiero seguir transitando por mi amada Lima, mi mejor ciudad del mundo, tiernamente, sin horizontes, con mucha luz para alguna vez llegar por siempre a las estrellas.