LA CASA
QUE NO PODÍA SER CASA
Muchas cosas suceden entre los hombres, y nos preguntamos ¿por qué?, a la manera del teclado de un piano tenemos días de teclas negras y días de teclas blancas. Miramos al vacío y como un griterío extraño, nuestra conciencia nos abre una respuesta que no siempre es agradable.
Es como que soñáramos que alguna vez se abrirá el cielo en un agujero divino y disfrutaremos la presencia de Dios. Nuestro cerebro tiernamente o desesperadamente, espera que nos sonría la vida de manera diferente y menos cruel, en algunos casos.
Pero la vida es así. Hay veces nos envuelve en un halo de fantasía y somos felices. Otras, nos quita brillo en el espejo y nuestra imagen se ve borrosa o no se ve y eso nos produce tremenda y silenciosa angustia. Digo esto, porque imagino que no todos vivimos júbilo y frescura en nuestra vida. No sólo padece el hombre hasta la locura, sino también las cosas que le rodean: árboles, animales, casas, habitaciones, juguetes, máquinas, prendas de vestir, libros y revistas, e innumerable sin fin de cosas y objetos….Dije ¿ “casas”?
Bueno, esta es la historia de una casa que no la dejan ser casa. Porque las hay donde viven con oropeles y lujos los potentados, los que no conocen el arroyo sino el jacuzzi, los que hay veces el tiempo sólo les sirve para satisfacer clandestinamente sus deseos. Los que ven en la bondad de las cosas lo fugaz del viento pasajero.
También hay casas que cuestan años de entrega pagando una cuota mensual para que no se apague el ruido de la vecindad encima y debajo de ellos. Son los que llamamos departamentos, y se elevan en nuestra ciudad como inicio de la vida de una joven pareja.
Están las otras, las que no se preservan, sino que destruyen para levantar un edificio. Allí no se dio la espalda a la vida, sino que se lucho con ella y en ella para alcanzar cada ladrillo, cada jardín, cada banca y se llenó por generaciones para brindar el calor de amor, que debe unir siempre a la familia.
Y están las que se proyectan ser casas. Levantadas en los cerros y arenales de nuestra ciudad, siempre a las afueras como una marginación personal que la sociedad absurdamente permite. Un desaforado afán de estar aquí donde se logra mejores alcances que en las ciudades del interior. Vivir aquí no importa el precio ni el desprecio racial que se sufra, con tal de tener un lugar para vivir. Construidas de esteras, plásticos y cartones. Con ausencia en muchos casos de luz, agua y servicios sanitarios. Lejos de la ciudad, ocultos como si fuesen de otra especie, muchos con hambre y sed, con dolor irremediable, sin recibir una palabra cálida, ni un abrazo de corazón, ni una sonrisa que pueda decirles que el Perú somos todos.
Así he pasado frente a casas muchas veces. Cada cual guarda el idioma que mi garganta no puede repetir por temor a sonrojarme o llorar. Sin embargo una casa especialmente me ha llamado la atención en estos días. Se ubica a espaldas de la cdra. 16 de una importante avenida de Surco (Monterrico-Lima). La conocí hace 26 años cuando ingresé a trabajar en el colegio francés. La vi siempre cuando obligadamente tuve que pasar delante de ella.
Era una casa que jamás le permitieron mostrarse en la plenitud de su construcción y belleza. Siempre tiene el frente cubierto con alguna plancha texturada que no permite apreciarla. Sólo pude ver que en alguna oportunidad que tenía dos pisos. Y digo “oportunidad”, porque en los años que la veo, los dueños o el dueño, la derrumban, y construyen otra diferente.
Para no despintar la zona donde se ubica, siempre la construyen de “material noble”(así llaman por estas tierras cuando se usa ladrillo y cemento).pero cada cierto tiempo parece descender sobre ella una maldición, que obliga al nuevo propietario derrumbarla….y nunca la dejar ser casa.
Lo irónico del asunto es que nunca tuvo un color definitivo. Alguno por allí que le diera la prestancia y elegancia que nunca alcanzó. Algún color que le permitiera que crezcan en su jardín ausente, inagotable número de flores y hojas para hacerla más lúcida, más elegante, más linda. Parece que en esa casa, existen puñales, custodias demasiado cercanas, o misteriosos ojos y escritos notariales y judiciales que cambian su estatus cada cierto tiempo. Está predestinada a nacer y morir en el menor tiempo posible, o en el desencanto de sus ladrillos, despreciados por el nuevo dueño.
Me apenó hace unos días verla nuevamente abajo. La grúa y las sombras habían hecho su diabólico trabajo. Pensé seriamente en los seres humanos que se parecen a esta casa. Cuando están satisfechos por sus logros oscuros o brillantes, tienden a desencantar se o ilusionarse, con nuevas vivencias.
Como ellas vamos volviéndonos viejos y vamos descuidando algunos rincones de nuestro cuerpo y de nuestro mundo interior. No nos interesa verificar la mugre que ensucia nuestras emociones, Tampoco la custodia de nuestros más bellos y mejores recuerdos. Así nos convertimos en danzantes pasajeros al cementerio, bailando alocadamente nuestra triunfal victoria o nuestro rotundo fracaso.
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