UNA MADRE COMO
(EB-9 mayo 2010)
Todos decimos “mi madre es la mejor”, “no hay ninguna como la mía”, “es la más bella de todas”, y quedamos convencidos que es así. Las madres que trabajan, las que estudian para ser mejores, las que son profesionales o técnicas, las que preparan nuestros alimentos, las que pasan noches enteras al lado de nuestra cabecera, las que se emocionan y otras más, tienen el mejor título “Mamá” que otorga la universidad de la vida, como un sublime y divino privilegio sólo certificado a la mujer.
Estoy recordando que hay madres que ofrecen su vida por la de un hijo… que estando efímero el último suspiro, saben imponer su desnudado amor por salvarnos. Hay madres que enfrentan la vida para lucharla solas, mientras las aguas fugaces de su amor secreto, rompe su corazón. Pero están allí actualizándose, convirtiéndonos en mágicos los momentos para reposar dulcemente en cada minuto nuestras vidas.
Hay la que preocupadas por nuestro alimento, nuestros estudios, y nuestra salud, se desvela y pierde sueño mientras su amor se acrecienta como espuma que cubre y protege nuestro cuerpo. Algunas confunden su mejilla con las lágrimas que cada fiebre, cada dolor, cada garganta herida de su hijo, la ubica en la otra orilla donde el perfume se evapora con el viento. Así son las madres, así fue UNA MADRE COMO
Dicen que una madre hace y da todo por su hijo. Renuncia a sus derechos para favorecerlo. Es el faro a la orilla costera para avisarnos del peligro, y la maldad que otros pueden provocarnos. Así era mi madre: pensaba en silencio sin apagar su corazón latiendo, para encontrar una solución antes que cayera la noche. Oraba con una fe pocas veces vista para hacernos musical las horas en un día. Nada le enternecía tanto como cocinar, con la paciencia de un ángel, y el sabor de sus apetecibles manjares. Allí vestida de luz, acariciaba a cada uno de sus siete hijos, sin medir su amor sencillo, humilde, sonriente, tierno como el brillo que iluminaba sus ojitos, fuego ardiente para entregarnos su mundo de recuerdos.
Nos abrigaba antes de salir para que el frío no nos tocara. Pasó nuestra niñez, preocupada por nuestros estudios. Asistía al colegio, hablaba con los maestros, se preocupaba por nuestras tareas y obligaciones. Nos inculcó respeto por las personas mayores, solidaridad con el que menos tiene, cariño compartido entre hermanos, alegría para enfrentar cada problema de la vida. No necesitó llamarnos la atención, porque nos enseñaba con el ejemplo. Y cuando mayores, jamás opinó bien o mal sobre nuestra pareja. Respetó hasta el final la relación y si algo no le gustó, su silencio era más elocuente que mil palabras. Así el saludo se volvió tan cotidiano como el “gracias”, “por favor”, “permiso”.Nos vistió de saludable costumbres higiénicas para compartir con los demás. Nos enseñó a respetar y valorar a nuestra única hermana, guardando reglas de comportamiento en público y en privado, para protegerla.
A lo lejos, ahora que ya no la tengo, no siento que se ha fragmentado su cuerpo material del cuerpo espiritual. Sólo entiendo que ella está en un lugar frente a mi, o a mi costado para regalarme la energía que necesito, para como una estrella seguir iluminando mi camino, para en mis oídos seguir rezando la oración después de los alimentos, o cantar en nuestra cama para dormirnos.
Siento sus pequeñas manos acariciándonos con la ternura más hermosa, de las manos que nunca más a mi me tocaron… Recuerdo como un hermoso catecismo sus enseñanzas, su silencio, su bondad y las muchas otras cualidades que la envolvió en vida. Por UNA MADRE COMO
Por UNA MADRE COMO
¡FELIZ
DÍA DE
No hay comentarios:
Publicar un comentario