Curioso continente nuestra América Latina, suceden interesantes y complejos asuntos dignos de una crónica desesperada. Los norteamericanos construyen sus viviendas y edificios con materiales que no entiendo se usan para ser destruidos en la llegada de un huracán, una fuerte lluvia, un tornado o las aguas alocadas del mar. Claro está que tienen
una Compañía de Seguros que paga para volver a construir lo destruido, increíblemente con los mismos materiales para esperar otra tragedia natural. Eso explicaría cómo éste pueblo construye para usar “ la máquina para vivir”, precisamente para eso. Los norteamericanos no se apegan a la vivienda pensando en que debe durar toda la vida de cada propietario. Son contados los casos de viviendas o edificios que se construyen con el fin que trasciendan a quienes la habitaron. Lo material de éste pueblo está en el uso cotidiano de otros bienes y comodidades que brindan el confort en una sociedad consumista. Pero la vivienda está aparentemente hecha para durar un tiempo. Diferente es la situación que se vive en América Latina. La vivienda se construye de materiales más durables, preparadas para resistir todo tipo de atropellos de la naturaleza y por qué no de los desaciertos del hombre mismo. Costosísima carga de años y años de trabajo, reuniendo
hasta el último centavo, privaciones múltiples, todo para ver terminada la construcción. Hay casos donde son los nietos quienes terminan por ver y disfrutar la casa que ha costado tanto dinero y sacrificio levantar a sus abuelos y padres. Parece ser que dada la tradición ancestral, el respeto a nuestras culturas pasadas que tan bien desarrollaron su arquitectura, ha trasmitido en nuestro continente no sólo un respeto por la vivienda como un bien hereditario y permanente construcción, sino como un ejemplo de lo que el tesón y la lucha de una familia ostenta como señal de aquellas cosas materiales y duraderas que se logran de generación en generación. La vivienda latinoamericana debe durar, trasciende a los que la construyeron y debe quedar como un bien que se hereda también de generación a generación. Por ello se construye de material noble, fuerte, y se va llenando de muebles y objetos que mantienen una carga histórico-afectiva. Existe un respeto por la vivienda en nuestros pueblos, de la misma manera en que el respeto sumado a la veneración, se hace presente en la excavación, estudio y mantenimiento de los yacimientos arquitectónicos de nuestros antepasados. Cada objeto, así como la vivienda son monumentos, antepasados presentes, altar de juramentos, cábala de buena suerte hasta que llegado el momento alguien decide que se debe viajar hacia una morada celestial.
Interesante conceptualización que sobre la casa tiene cada sector social. Por ejemplo, para el provinciano que llega a la ciudad capital, vive en una zona marginal, trabaja en oficios menores(vendedor ambulante, frutero, cachinero, recolector de desechos, empleado doméstico, guardián, cobrador o controlador de microbús, etc.), pero que alcanza despliegue económico en un momento dado, se contagia del gusto burgués, imitando a éstos alquila o compra casa en una zona de gente clase media o alta, la casa es símbolo de “status social”.
Para los intelectuales(artistas, arquitectos, poetas, escritores, músicos, etc.), la casa para empezar tiene que ser cómoda y de acuerdo a las necesidades que le exige su actividad y el núcleo social que frecuenta. Para un sector económicamente alto, la casa constituye un “símbolo de poder y solvencia”, debe ubicarse en zona residencial, alejada del “populacho, los cholos, etc.” En los asientos mineros, la vivienda constituye un motivo descarado de segregación socio-racial, los funcionarios y empleados están en la zona del “Staff” y la plebe, los trabajadores, los cholos en la zona popular. Mientras los primeros disfrutan de parques, jardines, casas confortables, zonas “in” de clubes, pups, cine, teatro, capilla, etc. los segundos, se deben contentar con una casa humilde. Similar segregación se ubica claramente en las haciendas azucareras, algodoneras, cafetaleras. Pero la vivienda también refleja la formación y educación en las instituciones religiosas y en las castrenses: orden, limpieza, grandes terrenos llenos de jardines con flores, pasadizos encementados, edificios que lindan entre el lujo y el confort.
La vivienda de acuerdo al material que se construye tiene también un significado socio-económico. Las muy humildes están hechas de cañas, esteras, cartones y plásticos; subiendo de categoría, de adobe y quincha; mejor aún si se usa ladrillo y cemento; pero el nivel más alto, construye con ladrillo, cemento, piedra, mármoles, laja, madera, hormigón, lunas polarizadas, aluminio, cromados y otros más contemporáneos. Desde luego ésta última tiene diferentes niveles, enchapes de madera o cerámica, piscina, jacuzzi, invernadero, sauna, solarium, árboles, jardines, y por qué no, campos de tenis, golf, fulbito, básquet u otros. El nivel bajo, construye con el material que encuentra en basurales, que su único costo está en ubicar. El nivel alto no social, sino cultural, valora y aprecia la textura de los materiales. El construir con adobe casi siempre es símbolo de pobreza, cuando no alcanza el dinero para participar en una mejor escala de materiales para construir. En América Latina los intereses de grupos empresariales que lucran con la construcción han difundido la equivocada idea que el adobe y quincha es un material obsoleto, arcaico. Adrede olvidan que son materiales que en verano brindan frescura y en invierno calor al interior de las habitaciones. Lo que no sucede con otros materiales considerados por éstos mismos interesados en el lucro, como “materiales nobles”, olvidando nuevamente que gran parte de los edificios considerados “patrimonio cultural de la humanidad” en nuestras ciudades están elaborados de adobe y quincha. Lo que sucede es que éstos materiales requieren(como todos) un permanente mantenimiento y un aislamiento de tuberías que despidan chorros de agua y otros que afectan sin duda a cualquier tipo de material. Existe también la” arquitectura de imitación” como lo han logrado las clases emergentes en distritos de la Gran Lima, como San Borja donde se copian estilos americanos, japoneses, incaicos y otros en una sola vivienda, amén de los colores estridentes que se “combinan “en puertas, ventanas y fachadas sin ningún criterio estético, propio de quienes gozan de solvencia económica pero de escaso nivel cultural. Se construye imitando para “escalar” otro nivel social superior.
Punto aparte merece la decoración de la casa. Cuando estamos dentro de ella los objetos, olores, colores, y disposición de los mismos indican los problemas o felicidad de quienes allí viven o frecuentan. La decoración interior de la vivienda indica la vida, la forma de ésta, la ética, los valores, la moral, los gustos o mal gusto, o ausencia de gusto de quienes allí habitan. Finalmente, volviendo a nuestro concepto inicial, los norteamericanos construyen dentro de un concepto “temporal” donde hoy hay un edificio, mañana puede ubicarse un circo o un estacionamiento. En América Latina, la construcción es sólida, trasciende al tiempo, y es un bien que heredarán los nietos.
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