Lo abandoné a su suerte en noviembre de 2002. Acababa de perder a mi madre y estar al lado de mi padre fue importante. Por siempre papá y mamá estarán juntos, con ese grande amor que los unió en vida terrena. Fue todo tan inesperado, que el tiempo ha transcurrido hasta hoy, sin aceptar la pérdida. Mi padre parece caminar hacia mi como si viviera y cantamos una vez más a dúo, las canciones criollas que en nuestras voces obligaban un aplauso en cualquier selecto karahoke. Me quedé en su sitio tratando de mantener una tradición en los horarios para desayuno, almuerzo, lonche y comida.
Papá partió a la Casa del Señor en febrero de 2004. Por entonces sentí que siendo ya el mayor de todos sus hijos, era mi obligación hacer entrega de muebles y objetos que fueron importante para ellos. La carga histórico-afectiva guardaba aquellos recuerdos que no todos en una familia valoramos. Cumplí la promesa hecha a ellos en vida, ya que las promesas que no se cumplen constituye la más cruel de las acciones.
En casa de mis padres, para junio de 2004, mi espacio físico unicelular se había convertido en estudio de pintor, escritorio de maestro, dormitorio de ciudadano, biblioteca de intelectual, closet de joven burgués, sala de música y estudio de televisión, vhs, dvd, cd y otros.
El taller mientras tanto en otra calle y al otro lado de la avenida, permaneció abandonado. De vez en cuando unas manos limpiaron su pequeña área, mientras las termitas devoraban diabólicamente cada rincón donde el pino holandés brilló en épocas pasadas. Las arañas encontraron el balneario apropiado para tejer incansables su maroma de trama y urdimbre de exquisitos hilados. Alguna notable cucaracha por allí, volando invadió un territorio que todos pensaron se convertiría en tierra de nadie. Pero un ratoncillo dio la voz de alarma a los vecinos, quienes hicieron su parte persiguiéndole hasta matarlo.
Las macetas del pasadizo milagrosamente guardan hasta esta noche las plantas que solo la providencia las mantiene con vida. No hubo quien compadecido aplacara su sed, ni acuoso maná del cielo que descubriera su manto de nubes cargadas porque en Lima, dicen que nunca llueve.
El domingo 6 de febrero de 2005, al fin llegué nuevamente a él. Me recibió convulsionado, colapsado, lleno de cajas, muebles, artefactos, cuadros, esculturas, ropa, plantas que crecían de suelo a techo y todo y nada parecía mudarse al cajón o rincón correspondiente. Sumados los trabajos inconclusos de carpintero, pintor, herrero…el taller era un pandemonium irreparable amén de mis manías de perfeccionista, pulcro virgo, caballo de agua de zodíaco chino para mejor entenderme. Sin embargo, llevaba casi cuarenta días “viviendo” en él y no podía instalarme. Revisaba cada caja, cada bolsa, cada maleta o maletín….botando de todo, pero también desgarrándome internamente, como partiendo mi alma en pedazos. Traté de explicarme lo difícil que es destruir o desaparecer en la basura cartas, fotos, objetos que guardan la historia de una familia, sus amigos y sus viajes así tan de repente. No hay que tener alma para desoír la voz de nuestra conciencia y aceptar la disculpa de la carencia de espacio, las cosas viejas, renovarse es vivir, etc. Cada caja abierta presenta el laberinto de sentimientos e historias que parecían completarse en la época pasada donde se reparten las invitaciones para una boda, hoy los esposos están separados. La participación de un bautizo de los que ahora no creen en nada o cambiaron de grupo religioso. Los documentos personales de los que se fueron del país y allá no los necesitaron. La postal del que viajó y sintió expresar por escrito lo que nunca expresó con palabras o hechos.
Encontré el adorno que llegó una noche de navidad o de cumpleaños, cuando fulano tenía tantos meses o años de nacido. La tetera que se compró en New York, o el libro que me entretuvo en un vuelo de Miami a Lima quedan cortas y se minimizan ante tanto y tanto. Mis ojos se cansan de releer y leer y mi mente se satura a la vez que voy borrando del disco duro para seguir albergando nueva información actualizada, reciente, de última generación…como llaman ahora los que aplican la reingeniería del siglo XXI.
Pasaron muchísimos días y noches y aún no visualizaba el orden, la armonía y la placentera belleza que me acompañaría en este lugar pequeño, modesto, en un barrio popular, en una pequeña quinta de vecinos….este taller donde viviré los últimos diez años de mi vida y los años de docente que me quedan.
La vida tiene ciclos que nunca pude entender y ahora empiezo a aceptar. He ganado a las depresiones, a la soledad que me cuentan se siente cuando se pasa de los 40. He sabido compensar la ausencia de una compañía con los pájaros y flores de colores intensos de mi pintura. En las lecturas obligadas del docente y las lecturas placenteras del ser humano común. Trato de vivir cada época usando el argot juvenil del momento, el look usual de la generación en moda. Disfruto de la tersura de sus rostro y sus manos, de sus bromas, sus risas, su ternura amatoria, su talento cotidiano, su vestir informal y nada estético, su desorden y su orden, su mirada tímidamente esquiva, su mente abierta al proceso enseñanza-.aprendizaje.
Mucho recibo de ellas y ellos. Mucho en mi lenguaje que se llama agradecimiento. Detrás de cada triunfo, de cada tarea productora de mi economía y mi prestigio, están ellos. Siempre estuvieron ellos. Siempre estarán ellos…soy lo que soy gracias a ellos y a ellos.
Ahora que el tiempo me regala los momentos para meditar más tranquilo en los tres niveles de mi remozado taller, entiendo que cansancio es la palabra que califica mejor el momento que se vive. Cansancio que llega al alma como a los músculos y a los huesos. Cansancio al ver cómo el mundo sigue cambiando hace ya 65 años y lucho por no ser sólo un espectador, sino un actor viviente, participativo, presente, formativo.
Enseñar arte. Educar con arte. Durante cuarenta y tantos años dedicado a la docencia de niños, adolescentes y adultos. Rescatar del ser humano lo que aún le queda de ser humano. Evaluar para estimular. Dibujarme cada mañana una careta de profesor y guardar en silencio, en el interior de mi lo que vamos perdiendo y lo que vamos ganando.
Un cotidiano “Gracias a Dios” por hacerme valiente, útil, necesario para recibir reconocimiento, agradecimiento.
Durante meses soñaba despierto viendo mi taller de colores. Ví un naranja en la pared del sur de mi sala y el azul metálico en la parte trasera de mi cama. Una alfombra cubría festivamente los pasos de mi nueva escalera en espiral. La escalera simula un sendero que conduce al cielo. Es blanca, graciosa, frío es el metal que la conforma y cálida en los pasos turquesa debajo nuestros pies. Conduce a un cielo pensante y creativo, porque es allí donde está la habitación más importante: mi taller. Mientras, la cocina luce un amarillo girasol frente al rojo bandera detrás de la biblioteca.
Hoy mi taller está totalmente remozado con colores feng shui, como lo soñé despierto. Me recibe moderno, independiente, revalorado. En él se ha abierto un ciclo importante, productivo, creativo. Sus paredes guardan del pasado imágenes fundidas en el estuco y el color, texturado de los que rieron, charlaron y amaron en el silencioso espacio…pero además, los que recibieron el consejo amigo, la paz que en otro lugar nunca encontraron, la mano que no se extendió, el abrazo que nunca llegó.
Como mi vida de artista, mi taller no busca el oropel, la figuración banal, el serrucho social, el arribismo tan de moda, la soberbia, el aplauso, la mala educación cuando adquirimos posición económica y social y aprendemos a conocer el término “status”, olvidando las elementales reglas de cortesía en el protocola con sus padres, el hermano, el amigo, la esposa o el hijo
Como mi taller, no me hace el lugar donde estoy. Siempre pienso que el lugar lo hago yo. Cualquier lugar es bueno cuando hay educación, afecto, buen recibo, una sonrisa.
Después de tiempo el taller está ahora aquí alegre, romántico, rítmico, pacífico, místico dicen y programado para cada visita que no interrumpa el trabajo de la creación, la sacralidad de la esperanza, para continuar la brega, el camino, para aceptar el regalo que nos da la vida.
( Escrito en abril de 2005- Actualizado en abril de 2008 )
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