UN DÍA
DESPUÉS DEL 21
(EB-5 diciembre 2012)
Hoy es domingo 23 de diciembre de
2012. Ha pasado un día del fin del mundo. Estoy despertando de un sueño
convertido en pesadilla. No recuerdo la
fiesta que había cercana. Mi mente está confundida, hay muchos insectos
alrededor mío y muchos escombros. Ventanas, puertas, automóviles, árboles
tirados en el piso, mucha agua ha invadido los espacios, ladrillos rotos,
barcos ardiendo, papeles, muchos papeles volando por los aires con un
desagradable y nauseabundo olor a carne podrida. Mis ojos están de duelo, el
llanto y mis gemidos se confunden con el vacío que siento en mi estómago. Me he
levantado de un hueco donde parece que es la tumba de todos, de los que no
sobrevivieron a este terrible y frenético ruido del fin. Vivo sobresaltado,
trato de caminar entre escombros, quiero encontrar a otra persona que como yo
haya sobrevivido a este holocausto de la humanidad. Es difícil, mis ojos están
presionados por una especie de neblina de polvo pesado que corre como nubes entre
los escombros. No hay espacio donde el aire, el oxígeno sea limpio de pasión,
de muerte, de final, del mito difundido hace años, hace meses confirmado y hoy
comprobado. Soy un sobreviviente.
Ahora debo construir lo que antes
llamaban “Historia”, y tiene que ser diferente. Ya no apareceré en las
cavernas, porque estas o desaparecieron o nunca han existido. Entonces iniciaré
a vivir la “Edad de los Escombros”, entre basura, entre cosas destruidas donde
lo pasional es mortal. Siento mucho frío, no veo cerca una manera de abrigarme.
No tengo opción de originar el arte en las paredes de la nada, ni esculpir
figurillas humanas y de animales porque he olvidado sus formas, cómo fueron,
cómo se movían en sus territorios hoy destruidos. Grande bloques de cemento y
fierros se entrecruzan en una maraña de líneas rotas y esparcidas en el espacio
saturado de lo mismo. Sigo buscando una luz de todos modos. No entiendo qué es
el tiempo, ni cómo aprenderé a diferenciar el día de la noche. No veo el sol y
aún no veo la luna. Las estrellas se han ido lejos, clandestinas, llorando por
los hombres de la tierra a un rincón de la Vía Láctea.
No distingo ningún animal, veo
cucarachas, hormigas, gusanos por doquier. Larvas, microbios, virus en los
muros derruidos de las viviendas de entonces.
No existe un pueblo último, todo ha
desaparecido. Estoy triste, terriblemente triste y abatido. He recorrido con
mucha dificultad un sendero inexistente y me siento solo. Siento frío, hambre, sed,
deseo de volverme a dormir. Fuimos tontos los hombres que teniendo la luz del
sol creamos la electricidad para saturar el planeta. Que teniendo el cielo
tachonado de estrellas, dejamos entreabiertos nuestro cielo preocupado. Fuimos
tontos, al creernos poderosos fraccionando la inteligencia de los otros
hombres. Fuimos arbitrarios no respetando la diversidad de razas, creencias, y
niveles. Hoy lo hemos perdido todo, o casi todo, porque aún queda la esperanza
que no desapareció de mi corazón, y espero que otros se hayan salvado para
empezar la vida de nuevo y como sombras sigilosas aprendamos a vivir resonantes
de alegría a pesar del caos, la soledad, las astillas que quedan en el alma
después de este holocausto.
Ya no podré hablar de arte porque ha
muerto la expresión en mi corazón, mi mente y mis manos. No podré contar los
hechos porque perdí la noción del tiempo. Y la Historia es tiempo, edades,
ciclos, etapas. Ya no sabré orientarme para dirigirme al mejor lugar, porque
los vientos corren a todas las direcciones y no siempre a las mejores, donde el
camino exista y no tenga tantos obstáculos para caminar.. La comunicación ya no tiene sentido, porque
vaya uno a saber con quién me comunico ahora. Viviré un tiempo sin tiempo, una
hora letal con nuevas reglas de juego.
No podré hablar de existencia, porque
no sé cuantos viven como vivo yo ahora. Todo se ha diezmado, la voracidad y el
egoísmo han acomodado por siglos la ambición de los hombres sobre lo material
alejándolo de lo espiritual. No sé cuando aparecerá un animal doméstico en los
días sin tiempo. Ni si alguna vez recordaré la fórmula del pastel de manzana
que preparaba mi madre con la exquisitez de sus manos. No veo una flor ni
siento su aroma, para acompañarme en mi sueño y regalarme la ilusión de la
esperanza confirmada.
Tendré que aprender a caminar para
conocer si hay algún fecundo lugar para reiniciar la agricultura y surtirme de
nuevos alimentos. Las muertes son innumerables en mi camino, escenas
fantasmagóricas y horripilantes aparecen ante mis ojos cada momento. Ahora veo
gente sufriente en ese edificio caído. Parecen apagar el incendio provocado por
el holocausto. Hay una terrible pobreza en mis ropas, y una permanente angustia
en cada cosa destruida que veo. Hay una gran herida que no sólo es mía, es del
planeta entero, o lo que de él queda.
Deseo asearme, enjuagar mi boca,
lavar mi cuerpo y mis cabellos y no veo agua limpia por ningún sitio. Toda está
empozada, huele a podrida, está mezclada con asfalto, gas, excremento y
tinieblas. Ya no existe la arquitectura porque todo está caído. No existen
ciudades, sólo historias borradas en el tiempo. Estoy recorriendo espacios
demolidos, simuladores de montañas, débiles ahora como los últimos hombres que
albergó el planeta tierra.
Todo es desolación no hay verdes, ni
aves que emprendan vuelo, el tiempo transita sin saber que existo yo o existe
él. Hay un agujero en mi cuerpo lleno de palabras de rebeldía, de soberbia de
la absurda letanía que aún me queda como humano. Tengo miedo, terrible miedo de
perder el arco iris de mi tiempo cuando fui niño, de que se apague el fuego tan
importante para hacer la vida llevadera. Siento la temperatura más fría, creo
que se avecina una tormenta de nieve, muy fría, terriblemente fría. No veo una
sola planta, y mis párpados caen pesados
hasta dolerme la nuca.
Todo se ha vuelto sombras, es como
una leyenda que no quisiera recordar, porque se alborotan mis sentidos y el
silencio termina por callar el ruido de mi sangre dentro de mis venas, o la
saliva en mi boca. Confieso que prefiero un desierto de arena, que esta ciudad
destruida, demolida, castigada, hechizada y maloliente. Prefiero regresar al
clásico diario ritual de mi vida pasada, a esta que ya no es vida. Me cansa
caminar y me cansa decir una palabra. Me cansa pensar, los latidos de mi
corazón acelerado muchas veces de acuerdo a la escena que veo. Hay fuego en la
planta de mis pies, y frío en el resto de mi cuerpo. Hay sombras y hay miedo.
Hay eclipse de amor, de pensamientos, de lujurias reprimidas, de soberbia
despiadada.
Quiero terminar, sin que me toque el
dolor, sin que lloren mis ojos, estoy muy cansado, furioso, que sólo espero una
mano celestial que me acaricie para sentir que aún soy amado...
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