Análisis de la Renuncia del Papa
Fuente: Diario El País de España
Los movimientos ultracatólicos
ganan la partida
Benedicto XVI se retira a la
clausura antes de ser devorado por sus enemigos. Que sea el primer caso en 700
años dice mucho sobre el nivel moral con el que ha convivido.
El Papa renuncia por motivos de
salud
DECLARACIÓN: "He de
reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio".
El papado de Joseph Ratzinger
pasará a la historia por sus intentos -tardíos pero sinceros- de limpiar la
imagen de la Curia y de la Iglesia, mancillada por los miles de casos de abusos
a menores ocurridos en los últimos 50 años en instituciones y colegios
católicos de medio mundo, y por la sistemática tarea de ocultación que
emprendió la jerarquía durante el reinado de su antecesor, Juan Pablo II. Es
verdad que Ratzinger fue el brazo teológico de Wojtyla en la Congregación para
la Doctrina de la Fe, pero mientras el Papa estuvo vivo la consigna fue tapar y
proteger a las ovejas descarriadas, y sobre todos ellos al líder de los
Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, elevado al altar de asesor principal de
Wojtyla e inmune a toda condena pese a la tímida oposición de Benedicto XVI,
que solo pudo poner orden cuando llegó al trono de San Pedro y que finalmente
puso bajo tutela al movimiento entero.
El ortodoxo cardenal alemán de
alma tridentina ha sido durante su mandato un Papa solo, intelectual, débil y
arrepentido por los pecados, la suciedad y los delitos —él empleó estas dos
palabras por primera vez— de la Iglesia, y rodeado de lobos ávidos de riqueza,
poder e inmunidad. La Curia forjada en tiempos de Wojtyla era una reunión
atrabiliaria de lo peor de cada diócesis, desde evasores fiscales hasta
abogados de pederastas, pasando por contrarrevolucionarios latinoamericanos y
por integristas de la peor especie. Esa Curia digna de El Padrino III siempre
vio con malos ojos los intentos de Ratzinger de hacer una limpieza a fondo,
mientras los movimientos más pujantes y rentables, como los Legionarios, el
Opus Dei y Comunión y Liberación, torpedeaban a conciencia cualquier atisbo de
regeneración.
La Vaticalia eterna, esa espesa
gelatina formada por cardenales y civiles que confunden los intereses de Italia
y los del Vaticano y hacen negocios cruzados en los dos Estados mientras
deciden las cosas importantes, se ha empleado a fondo en estos siete años para
mantener sus privilegios e impedir al mismo tiempo la renovación de la Curia y
la modernización de Italia, especialmente en dos sectores, las finanzas y la
información, los imperios donde más poder e intereses tienen el Opus Dei y
Comunión y Liberación, los movimientos ultracatólicos que más medraron, junto a
los Legionarios, durante el largo papado de Wojtyla.
Así, los asuntos turbios y los
escándalos han sido moneda corriente, y a vuela pluma se pueden citar varios
que demuestran cómo el poder vaticaliano en la sombra, aliado de hierro de ese
gran pecador llamado Silvio Berlusconi y dirigido y protegido por su mano
diestra, el andreottiano Gianni Letta, ha desafiado de forma reiterada la
autoridad y las invocaciones a la honradez del Papa. El falso papel que acusó de
homosexualidad a Dino Boffo, director de Avvenire, para forzar su dimisión; los
manejos que acabaron con el cese fulminante del presidente del banco vaticano,
el Instituto para las Obras de Religión (IOR); el ascenso de Angelo Scola,
único cardenal de Comunión y Liberación, al arzobispado de Milán para sustituir
al progresista Tettamanzi y preparar el relevo de Ratzinger; el caso nunca
aclarado del mayordomo, cabeza de turco de un más que probable espionaje
sistemático al Papa; y el escándalo de la Protección Civil que salpicó a un
gentilhombre y a media administración berlusconiana son solo algunos ejemplos
de esa comunión de intereses entre la política italiana y la curia vaticana.
El papado de Ratzinger, en ese
sentido, ha sido un rotundo fracaso: pese a las críticas, su honestidad
intelectual es indiscutible, pero al final ha estado muy por encima de los
resultados obtenidos. Los lobos han ganado la partida, pero su renuncia, meditada
para evitar un segundo calvario en directo como el vivido con la interminable
agonía de Wojtyla, sitúa a Joseph Ratzinger como un pastor derrotado y digno
que, harto de luchar, se retira a la clausura antes de ser devorado por los
buitres. Que sea el primer caso en más de 700 años dice mucho sobre el nivel de
la iniquidad con el que ha convivido. Que no se haya filtrado la noticia lo
dice todo sobre su soledad.
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