RECORDANDO
Siempre tuve el tino para llegar a
los espacios apropiados. Elegir el “apropiado” fue fácil por la formación que
supieron darme mis padres. Ellos se inclinaban a una educación de libertades
formales. Es decir, a que podía hacer muchas cosas, siempre y cuando estuvieran
informados de mis actividades.
Era un jovenzuelo de 10 años cuando
fui invitado a integrar el selecto grupo de monaguillos de la parroquia. Dirigían
la misma los sacerdotes de la Orden Jesuita. Allí me sentí dotado de cualidades
que me sorprendían, y que hoy han
evolucionado como un modo natural de mi propia vida. Me agradaba el culto a
Dios, con la formalidad del uso del latín, los aromas del incienso, los cantos
gregorianos, y la solemnidad de las liturgias santas. Así que a esa edad aprendí
que podía exponer mi alma y mi cuerpo para entregarlo a Dios de manera mística.
Simultáneamente integré el grupo de los “Cruzados Eucarísticos”, una especie de
soldados difusores de la doctrina católica en nuestro círculo de amigos, en
nuestra escuela , en el barrio y en nuestra familia. Hermosa época donde el
nombre de muchos jesuitas quedaron como esgrafiados en mi conciencia: P.
Cánovas, P. Hernández, P. Vicente, P.Mosquero, P. Idígoras, P. Cano, etc. Todos
ellos ya en Casa de Dios.
De pronto un día sentí el llamado de
Dios y respondiendo a su pregunta y deseo, viajé a la ciudad de Arequipa y me
convertí en un seminarista, en el seráfico de lo PP. Franciscanos del distrito
de Tiabaya. Allí encontré la jerarquía del respeto, el desarrollo del individualismo,
la entrega democrática y mística al mismo Dios que ya conocía. Se me hizo
familiar estudiar latín, griego, inglés, quechua y castellano. Soñaba con ser
un misionero en un lugar apartado del planeta o en las remotas tierras de mi
país amado. No tuve que reprimir nada, sólo me dejé llevar por la oración en
una entrega que fue sincera. Dejé de lado el concepto autoritario de la
jerarquía falsa y soberbia, y concebí una manera de no herir a los demás con
nuestra mirada, nuestra palabra, o nuestras declaradas iras.
Me agradaba la vida del seráfico, la
actividad permanente: levantarse, asearse, asistir al culto religioso en la
capilla, desayunar, estudiar, almorzar, nuevamente a seguir estudiando, cenar,
disfrutar de los salones de juego. Había clase de música, y actividades
artísticas como el teatro, la danza y el mimo para los seminaristas. De las
actividades deportivas, nunca fui amigo del juego de fútbol como hasta hoy. Me
agradó la lectura permanente de diferentes temas. Y cada cierto tiempo la
visita obligada a un médico por algún problema de salud adolescente.
En esa etapa recuerdo con especial
cariño a P. José Mojica, el célebre tenor mexicano metido a sacerdote. Al P.
Leonardo Rodó mi profesor de lenguas y al Hno. Pacífico Lazo, mi torturador
profesor de matemática. Soñaba también que un día estaría viviendo en igual
condición que los pobres de mi país, para “predicar con el ejemplo”.
Pero fue
en esa etapa que regresé a Lima y el arte había encontrado la naturaleza de un
artista expresado en los dúos de Semana Santa en la Iglesia de San Francisco de
Arequipa con el P. Mojica, o en las actuaciones con selecto público en el
seminario.
Ya en Lima, no pude escapar del arte
escénico de manera inicial. No podía competir en casa con mi fallecido hermano
mayor Carlos Guillermo. Era un genio manejaba la forma y el color, la
proporción y la escala, el tema y la sobriedad y era mucho para mí un simple
“actor” en novicio.
Así de objetiva se desarrolló mi vida
concreta. Así pisé y caminé por los senderos inevitables. Me ganó el arte y me
perdió para bien la política, el sacerdocio y el teatro. Hoy mis emociones y
sentimientos están entregados al arte y a la docencia de él. Es el tiempo
adecuado para concluir una etapa, o asimilando, iniciar otra mejor. El asunto
es que ahora soy como propiedad de todos aquellos que pasaron por mis aulas,
ahora psicológicamente y emocionalmente soy de muchos y soy también mío.
Empiezo a creer que nací para organizar los elementos humanos que pudieran
hacer de todos una mejor vida. Una buena manera de demostrarme que tuvo sentido
vivir, encontrando los elementos que nos hacen felices a ustedes y a mí.
Entonces ya en la tarde de mi vida,
sacuden mi conciencia los encuentros, los abrazos, los recuerdos, la naturaleza
exacta de las cosas y de las gentes, de los gestos y las palabras. Los escritos
y expresiones en las redes sociales, en el hilo telefónico, en los saludos por
mi cumpleaños o en el aplauso cuando algo que hago es para destacar, Nada en mi
es abstracción, todo lo vivido y lo que aún me queda por vivir, es tan real
como mis manos, tan claro como mi voz, tan corporal como mi imagen, tan amoroso
como mis recuerdos…¡Aleluya!
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