EL TRAZO PERPETUO DE FERNANDO DE SZYSZLO
Por Eloy Jáuregui
Lima, julio 26 (ANDINA)
Lima, julio 26 (ANDINA)
No recibe visitas. Tajantes,
dos enfermeras de la Unidad de Cuidados Intermedios en el quinto piso de la
clínica San Felipe impiden ver al maestro. Fernando de Szyszlo está muy
delicado e incomunicado. Solo sus familiares más cercanos lo pueden consolar.
"Está entubado", afirman.
cumplir 88 años, el 5 de
julio. Está afectado y sufrido, él que es tan vital. Hace unos meses lo visité
en su casa de San Isidro y ya lo vi desmejorado. Y hablamos de la muerte sin
solemnidad. Y Szyszlo recordaba a su hijo Lorenzo, quien falleció aterrizando
en Arequipa y cómo esa pérdida comenzó a matar a su madre, la poeta Blanca
Varela. Y me dijo que cuando él muera, sus cenizas las esparcirán en la playa
de La Herradura. Que ahí pasó los mejores años de su vida. Con la familia, con
los amigos, con el arte, con la música y con las muchachas, las más hermosas de
Lima, en trajecitos y los veranos de ese bronceado de la eternidad.
Y cuando uno lo observa,
Szyszlo de patillas gitanas y cabello cano, de andar ágil y memoria prodigiosa,
cumple una rutina asombrosa e incansable. Desde buen tiempo, trabaja en su
estudio del segundo piso de su casa. Y en esos días, solo trabaja con luz
natural. Pero ya andaba enojado con él mismo. Que no podía subir a sus
escaleras rodantes para trabajar en sus pinturas de gran formato.
Pero reflexionaba que era
mejor porque así pasaba muchas horas solo, tratando de encontrar su forma de
expresión entre trazos abstractos, bocetos y botes de pintura, siempre con un
fondo de música clásica. ¿Y la vida, Szyszlo? Me mira y yo recuerdo su ficha:
que es hijo del físico polaco Vitold de Szyszlo y de María Valdelomar, hermana
de Abraham Valdelomar. Que estuvo casado con la poeta Blanca Varela. Que
estudió en el Colegio de La Inmaculada. Y luego arquitectura en la Universidad
Nacional de Ingeniería. Que no terminó. Que en 1944 ingresó a la Escuela de
Artes Plásticas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Que a los
24 años viajó a Europa, donde estudió las obras de Rembrandt, Tiziano y
Tintoretto. Dice también que hoy es el artista plástico más importante del
Perú.
Es entrañable de Mario
Vargas Llosa. Antes, de Octavio Paz, su mentor. Ambos premios Nobel. Curioso.
Szyszlo es un militante perpetuo. Siempre está opinando de lo real más que de
la realidad. Es un demócrata y sus análisis tienen fondo político. Hoy me
hubiese gustado conversar con él para que ilustre con su lucidez de hombre de
su tiempo en el Perú. Hoy me hubiese gustado irme de su casa porque el maestro
tiene que trabajar. Él, que casi convulso, pinta todos los días y que esa
rutina, desde joven, lo ayuda a tragarse la vida. Premiado por todos,
reconocido en el mundo, contaba que lo más fascinante en toda su existencia es
pararse frente al lienzo en blanco y parir una pintura. Entonces traza un plan,
pero conforme avanza es un sueño que se le va escurriendo de sus pinceles y, en
ese trance, sigue trabajando, que es el único talento que Dios le dio y no el
de ser artista.
Esa bella muchacha
La muchacha era bella como
el incendio de un atardecer. La muchacha acababa de cumplir los quince años y
era hija de la escritora Serafina Quinteras. La bohemia limeña de su tiempo no
le era ajena. A su edad, asistir a la peña Pancho Fierro de las hermanas
Bustamante –Celia era la esposa de José María Arguedas– la obligaba al canto y
a tocar guitarra. Y un año después ingresaría a la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos para estudiar letras –en la vieja casona del parque
Universitario– y ahí fue admirada por los jóvenes poetas de lo que sería la
brillante Generación del 50. Así se hizo amiga de Javier Sologuren y Jorge
Eduardo Eielson. Cierto, y de un joven pintor que se escapaba de la los predios
de la Universidad Católica de la plaza Francia para celebrar la vida. La
muchacha se había enamorado y se llamaba Blanca Varela. El pintor era Fernando
de Szyszlo y ahora estoy conversando con él. En 1947 se casaron de un
arrebato, como un relámpago feliz, y viajaron, viajaron mucho y de tanta
felicidad nacieron Vicente y Lorenzo. Szyszlo, tras su divorcio, se casaría con
Liliana Yábar.
Y ahora me está contado que
en 1946, con los jóvenes que luego serían la Generación del 50, ya frecuentaba
la Peña Pancho Fierro. Entonces ahí estaban Eielson, Sebastián Salazar Bondy,
Sologuren, Enrique Iturriaga y, claro, el maestro Emilio Adolfo Westphalen.
Todos querían conocer más de Picasso, de Matisse. Pero estaban fascinados de
pronto por el arte primitivo, obvio; ahí entraba también Vlaminck, Derain. ¿Y
Arguedas? Que era un apasionado por los poemas, canciones y fiestas quechuas.
Arguedas era del mismo año que Westphalen, ambos estuvieron presos por lo de la
guerra civil española. Y de pronto aparecía César Moro. Y ese interés por lo
precolombino peruano se fue trasladando al arte popular peruano, el arte actual
del Perú indígena. Así, aquel descubrimiento y los efluvios del surrealismo,
que venía por línea directa de André Breton, incendiaron a todo aquel grupo en
un aprendizaje deslumbrante y colosal.
Su primera venta
En 1963, Szyszlo organiza
una muestra en el recordado Instituto de Arte Contemporáneo (IAC), que llevaba
el nombre de un poema quechua anónimo: Apu Inca Atawallpaman. Era ese tiempo en
que Szyszlo trabajaba de todo. Y fue esa vez cuando vendió sus primeras
pinturas. "Fueron trece cuadros y se vendieron seis. Ahí comencé en
realidad no solo a vivir de la pintura, sino también a descubrir mi camino. Esa
es la exposición más importante de mi vida. Luego vendría lo de Brighton Press,
una editorial de California. Ellos me dijeron que escogiera un poeta peruano y
cuatro de sus poemas para hacer una suerte de catálogo bilingüe que debía
acompañar con cuatro aguafuertes mías. Yo escogí a Westphalen, por cierto. Lo
llamamos entonces "Artificio para sobrevivir". Aquellos poemas y mis
pinturas tenían cierto corte erótico. Hay una muchacha que en sueños se va
transformando en una viola de gamba, el instrumento portugués y el poeta la toca
entre sus piernas y apretándola. Éramos muy osados. Sí, y aquello producía
cierto escozor en Lima".
Fue en París donde Szyszlo
reflexiona y comienza a valorar el periodo precolombino de la cultura Chancay,
al norte de Lima. Antes, el arte precolombino era ignorado. Szyszlo descubrió
que era una etapa muy compleja, con un arte creado con técnicas muy
elementales, su cerámica y sus tejidos.
Primitivos, ingenuos y
poéticos. Y luego el gran proceso Wari y sus huacos sin ningún alarde técnico y
las telas tan sofisticadísimas a la vez que luego le fueron influyendo tanto
como la pintura de Rembrandt. Pero conoció a Rufino Tamayo y fue ilustrado en
que el arte moderno se expresa en un lenguaje libre, vinculado a la raíz de
uno, a su identidad. Y así surgió ese tejido pictórico de la amalgama entre el
arte moderno y el arte precolombino. En el medio, las corrientes indigenista de
José Sabogal. Entonces descubrió su estilo. Rotundo, inmarcesible.
Ahora está sentado en su
poltrona y mueve la pierna izquierda. Y me dice que es complicado ser artista.
Que aquí o en cualquier parte del mundo es como una maldición. Las cosas nos
afectan un poco más. Es que tienes la piel un poco más delgada. Hoy me cuenta
que, hay que decirlo, él puede vivir de su arte. Pero el resto no. Entonces, la
mayoría de jóvenes opta por hacer cosas que están a la moda, que no tienen
significado, que no tienen contenido. Aquello que las galerías quieren, lo que
al final se vende. Y remata: "Ser poeta o músico en el Perú es una
tragedia. Si bien para un pintor es un milagro vivir de su pintura, para un
poeta es imposible vivir de su poesía". Y no le pregunté de la muerte,
como está de moda hoy entre los periodistas. Pero Szyszlo me despidió esa tarde
con otras tantas sentencias. Aquello de que pintar lo ayudó a soportar
una cosa tan insoportable y tan inaceptable como es la muerte de un hijo. En su
serie Sol Negro, Szyszlo trabajó en pinturas dedicadas a su hijo muerto.
Aquello es uno de sus trabajos más terribles y descarnados. El maestro ha
vivido estos últimos años con la muerte ajena a su costado. Y yo sé que este
hombre, que ahora está luchando por su vida en la clínica San Felipe, donde le
han prohibido las visitas, ya no tiene futuro, solo presente.
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