Lo sucedido en estos días entre la PNP (Policía Nacional del Perú) y las comunidades nativas de la selva peruana, es el resultado de la intolerancia de los peruanos frente a otros peruanos. Esta manera diferente de ver las cosas y a la gente, es propio de la mala formación educativa que recibimos desde que nacemos. Ver a los demás debajo de nosotros, aplastados, despreciados, subestimados, ser Pepe el vivo de la sociedad en la que nos movemos, es lo usual en un país donde nadie le interesa respetar a los peruanos del interior, de los Andes y de la Amazonía.
Es evidente que muchos de los miembros de la PNP son también integrantes de familias de la zona, y recibiendo órdenes superiores se han enfrentado a sus hermanos de sangre. Es que estamos poco a poco perdiendo el rumbo de un país culturalmente unificado, a cambio de políticos que con mucha facilidad pierden los papeles en los puestos del Estado, en el Congreso de la República y en las relaciones del más alto nivel que permiten a gente como Rómulo León Alegría coimear y trafear a diestra y siniestra sin ningún respeto a los peruanos, pues cuenta con la anuencia de la más connotada cúpula del poder.
El sólo maltratar a la empleada del hogar, y a quienes en Lima y ciudades de la costa trabajan bajo nuestra tutela en casa, oficina, empresas o haciendo labores modestas en las calles, es un síntoma de podredumbre moral a la que llegamos paulatinamente sin un cause que indique que actuar así no es cristiano, no es peruano, no es humano.
Los nativos muertos, desaparecidos, abaleados, quemados, en las protestas de la selva, son tan culpables o inocentes como los policías que han sufrido lo mismo. Encima de ellos están los políticos que nunca suelen encontrar soluciones hasta que las muertes y torturas salen como noticia al exterior, pintándonos a los peruanos como salvajes.
La tierra, el agua, el suelo y subsuelo, la naturaleza plena vale tanto para un nativo, como que tiene que defenderlo con su propia vida. Disponer de las riquezas naturales de una etnia que la ha protegido, cuidado y usufructuado durante siglos, sin consulta previa, es tan insultante como quitarle su casa y disponer de su entorno al presidente de la república o al congresista de turno.
Después de los lamentables sucesos bastante visualizados en medios de comunicación, sólo queda pedir al cielo que políticos, uniformados y nativos se sienten en una mesa de diálogo para llegar al mejor acuerdo que no hiera ni moleste a ninguna de las partes.
Lo que venga, es el “sueño de los mitómanos peruanos”, que creemos que alguna vez este amado país tendrá unidos a todos y cada uno de sus integrantes, respetando el color de la piel, la zona donde vive, la lengua con que se comunica, pero sobre todo entendiendo que respetos guardan respeto, aún cuando se nos considere “ciudadanos de segunda clase”….
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