CRÓNICA
COTIDIANA
Como
buen cristiano suelo viajar en transporte público, pero también en privado
cuando el caso amerita. Por ejemplo, viajo en el primero cuando debo ir a
trabajar, y en el segundo, cuando de compromisos sociales se trata. En el
público visto normal, en el privado llevo ciertos aderezos que me obligan no
mostrarme ostentoso, creído o superado.
Por
ello me han escuchado decir que lo que más me gusta cuando salgo al extranjero
es que me llevan siempre en auto y me ahorro la caminata. Porque de transporte
público en otros lugares, son menos concurridos que en nuestro país. Es decir,
somos menos los que hacemos uso del público, porque la gran mayoría posee un
auto.
Todo
este introito, porque cuando hago uso de autobuses o micros en Lima, debo
llevar una alforja de dinero para contentar a todos los que suben para
vendernos algo, contarnos una historia dramática (que pareciera que en muchos
casos es real), o simplemente envolvernos en un halo de tristeza que nos parte
el alma. Pero he aprendido a admirar muchas cosas en los supuestos
“necesitados”: su lenguaje apropiado para referir, su conocimiento
especializado de terminología médica, la retención de textos largos, el cómo
pueden mantenerse en pie dentro del móvil sin caerse, y el sobrepeso de las
cosas que muchas veces lo acompañan.
Hay
los que tienen heridas en alguna parte del cuerpo y nos la muestra, los que de
por sí nos damos cuenta que tiene alguna trágica dolencia, los que venden
objetos, chocolates, caramelos, lapiceros y hasta libros(que son los que más
sorprenden por la verborrea cultural de sus expresiones).También están los
achorados, los amenazantes, los que se sienten sociedad de consumo y uno debe
pagar sus gastos….Me sorprenden los que cantan, tocan instrumentos, imitan
voces, los creativos del reggae, hip-hop y otros imperantes sonidos agradables
a mi oído y aligeran mi bolsillo para darles la mejor propina.Y me conmueven
más aún los que con nuestros instrumentos andinos, hacen resbalar de mi alma
mis ancestros indígenas.
Toda
una parafernalia de gente talentosa que la sociedad los ha privado de estar
donde quisieran estar, dándoles a otros el sitial que no merecen. Pero la vida
es así de cruel con los seres humanos en un país quintomundista como el Perú.
Aquí muchos que no sirven para trabajar en ningún lado, ocupan cargos
importantes en el gobierno de turno. De clase media baja llegan a comprar de
chocolates de 250 dólares, cambian de ropa todos los días del año y de
automóvil cuando les place, a costa de esos peruanos que están en las calles y
el transporte público mendigando para poder comer.
Después
nos golpeamos el pecho y nos hacemos la señal de la cruz frente a una imagen
religiosa, o cargamos el anda de un santo, o vamos a nuestro templo con la
seguridad que estamos purificados y somos “venerables” en la extensión de la
palabra. Habría que pensar en una democratización del consumo. Donde todos
podamos disfrutar de lo que el mercado nos ofrece, y naturalmente contemos con
los medios económicos necesarios para alcanzar nuestros sueños.
Hay
una ansiedad por adquirir, y una insatisfacción de muchos por no tener ni para
comer día a día. Hay un futuro inexistente para los seres humanos que los hemos
convertido en “objetos” carentes de toda oportunidad. Hay un consumo hipócrita
de una espiritualidad convenida y amparada por el satanismo de nuestra
hipocresía.
Hoy
más que nunca a propósito de las próximas elecciones, los cristianos que somos
la mayoría en nuestro país, empecemos a transformar nuestra vida ayudando a
transformar la vida de los demás. Hagamos que desaparezca la manipulación del
consumo solo para los privilegiados. Luchemos por una democratización del
consumo en todas las gentes y en todos los peruanos de a pie especialmente….