ASÍ FUE MI NIÑEZ
Alguien
dijo: “Oscuramente fuerte es la vida”. Así debo haberlo presentido desde
pequeño porque ejercí sobre mis sentimientos y mi cuerpo, una custodia poco
usual en los niños. Como quien pasea por un mundo conflictivo, usé una
sombrilla para que nada en mí fuera atropello, riesgo o aventura de la cual tal
vez, me arrepentiría más tarde.
Hay
quienes gustan jugar con el peligro, el fuego, las aguas turbulentas, los
deportes de patear, y tantas otras aventuras que llaman “deportivas”. Yo, no
practiqué ni me interesé por ninguna de ellas. Salvo cuando fui adolescente y
en la escuela secundaria integraba el equipo de tiro (Polígono Muñiz) y la
carrera de 100 metros planos. Mi vida pasó más bien cautiva a la literatura, el
canto, la danza, el buen cine, la meditación, la liturgia cristiana y los
juegos de todos los niños: ping pong, trompo, run-run, las estatuas, lingo, chicote
quemado, bolero, hula hula, bicicleta, patines, etc y alguna vez por allí en
patotas de amigos para las “guerritas”.
Las
palabras nunca me cansaron así que fui un proveedor de ellas en mi lenguaje
cotidiano. Y sensible a la belleza aprendí desde temprano cuándo algo es bello
y cuando no. Me gustó ser líder de las actividades que menciono, siempre era el
primero y soñaba con las estrellas que un día bajarían para llevarme a un mundo
infinito. Donde el sol envuelve con sus rayos el talento de las gentes y
broncea la piel de sus más complacientes hijos.
Me
gustó hablar a los tumultos, mirar al horizonte para adivinar cuál sería el
mundo que tendría años más tarde. Miré el mar millones de veces y me envolvía
imaginariamente en sus olas para purificar mis sentidos. Entonces aprendí a
tenerle miedo al trueno, los rayos, y los cometas apresurados. Me gustaba la
nieve para mirarla, pero no tocarla. Cantaba en el coro de mi parroquia y
sentía que mis cuerdas vocales ganaban cada vez más brillo rindiendo culto a mi
Dios de las alturas. En mi cama, me deslizaba entre las sábanas por temor al
“Cuco”, y veía fantasmas en los rincones de la habitación, por encima de mis
ojos. Entonces me arrodillaba y hurgaba tratando de encontrar la luz de un
farol, vela o lámpara que me ayudara a descifrar y confirmar el paisaje hermoso
que me regala hasta hoy la vida.
Nunca
me acosté cansado, ni sintiéndome culpable de alguna travesura, ni odiando. Tampoco desmoronado por malas noticias en el entorno. Me liberé de nombres en
mi memoria, para aprender otros y estrecharlos contra mi pecho, para dar a
entender que cuando quiero lo siento de verdad.
Fui
un niño a quien le dolió la nuca de la misma manera que me suele doler cada
cierto tiempo hoy. Y me retorcía en la cama antes de levantarme, como buscando
calentar mi cuerpo e ir acostumbrándolo al clima del momento. Viví en silencio
y observando. No me escandalicé de nada, ni propicié lo terrible. Estuve al
lado de mis amigos y mis hermanos. Amé profundamente a Aurora nuestra última
hermana y la única mujercita de los siete hermanos.
Entonces
llegó un día un aire misterioso que me hablaba místicamente y me movía para
abrazar la fe religiosa. Preparé maletas y viajé a Arequipa. Era un adolescente
y un privilegiado. Ahora empecé a ser seminarista de la Orden Franciscana y a
visualizar devoción, entrega al prójimo, y auxiliar de los que han sido tocados
por el dolor, el abandono, la enfermedad, y la pasión morbosa. El tiempo me
hizo decidir mi futuro, y un día estaba de regreso en Lima para continuar la
secundaria y aprender teatro. Atrás quedó el seminarista, pero se vino conmigo
el aprendizaje de latín, griego, inglés, español y quechua. También quedaron mi
rector, mis hermanos de religión, mis parientes arequipeños, los campos llenos
de trigo y el sillar blanco de la ciudad. También quedaron la bienaventuranza
de mi adolescencia, y el candor de una vida diferente, pero vida al fin sana y
sabia.
Han
pasado los años el mundo se ha convertido como una calle larga donde como
disfrazados y gritando sus virtudes, los
humanos nos sentimos dueños de nuestra soberbia, la vanidad y el desprecio por
los demás. Todavía me estoy preguntando ¿qué pasó con el hombre que conocí en
mi niñez?, y ¿qué cambió en los hombres su comportamiento….?.
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