EL BUEN SEMBRADOR
Dicen
que se cosecha lo que se siembra. Pero eso es verdad cuando se siembra
desinteresadamente, sin premeditación y alevosía, con entrega detrás de la
niebla. Pero en el sembrar se deslizan una serie de virtudes que acompañan a
los sembradores. No calculan, no miden, no odian, tampoco lanzan palabras
ofensivas. Miran un espejo anterior que les enseñó a dar todo, sin esperar
retribución. En su entrega, se olvidan a sí mismo, huyen de los aplausos,
mantienen perfil bajo y escapan de los aleluyas.
Los
padres de familia cuando son padres más que “amigos”, saben que cosecharán
buenos frutos. A diferencia de los padres permisivos, apoyadores, desligados de
obligaciones y formación de futuro. Los padres que dispensan toda malacrianza
en sus hijos y culpan a otros de sus errores. También los maestros, cuando su
entrega va más allá de los honorarios que recibe, cuando se resignan a ser
sembradores de primer plano y obtienen promociones de buen pensar y bien actuar
en sus alumnos. Los dirigentes religiosos, cuando predican con el ejemplo,
cuando evitan comentar malévolamente sobre otro grupo religioso con el fin de
ganar adeptos a la suya. Los políticos cuando enseñan al pueblo a descubrir los
pro y contra de una ley o de un proyecto de la misma.
Dios
no se enfurece con los sembradores. Dios se alegra cuando la cosecha sobrepasa
la entrega, la siembra, la preciosa comprensión de las necesidades del prójimo
para aliviarlo. Dios disfruta enormemente cuando generación tras generación son
producto del buen ejemplo, de la preciosa entrega, del silencio que conduce a
una luz de esperanza.
Bien
vale la pena hacer una investigación en qué orilla de la entrega nos ubicamos.
¿Somos sembradores? O ¿somos cosecha? Y si somos estos últimos, hemos aprendido
a agradecer, a venerar la imagen de quien nos dio más de lo que esperamos, de
quienes olvidándose de sí, se entregaron a la vocación de servicio.
Entonces
el campo habrá bien germinado y sembradores tendrán un tiempo para encontrar su
respectiva cosecha….
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