PASÓ EL DÍA
(EB-20 de junio de 2011)
Por suerte ya pasó la celebración. Así los padres que no somos saludados por nuestros hijos, por las razones que ellos tengan, nos sentiremos mejor siendo sólo una vez al año que tienen la “obligación” de hacerlo y nosotros papás la “ilusión” de recibirlo. Imagino que muchos padres se deben sentir afectados con la indiferencia e ingratitud de los hijos que trajeron al mundo, en fechas como esta. En mi cultura, nadie puede reemplazar a los padres. El amor hacia ellos nunca muere, nunca cambia, sólo evoluciona para bien. Pero hay quienes “babean” con la persona que tienen al lado, no sabiendo si ese “tener” será para “siempre”.
Esto se hace común en hijos que han sido seguramente maleducados por uno de los padres. En muchos casos los hijos son tomados como “trofeo de guerra” por uno de los dos, y permanentemente suelen atacar al padre ausente para ganarse equivocadamente al hijo en su custodia.
Hay veces, que la apatía y otros intereses son los que hacen olvidar las fechas importantes de los padres: cumpleaños, navidad, año nuevo, felicitaciones por diferentes motivos o reconocimientos, etc. En muchos casos se aplica la conocida “ley del embudo”, lo ancho para mí y lo angosto para ti. O sea el padre (o madre) según sea el caso, siempre debe dar de sí para contentar a el o los hijos. Siempre debe renunciar, obsequiar, saludar, llamar, complacer y el o los hijos deben recibir todo, sin dar nada a cambio.
Es una ley social esquiva, equivocada, de una sociedad en crisis lamentable. Se pierde la intimidad de los afectos cuando entramos al plan del “toma y daca”. Si él o ella no me saluda, entonces yo tampoco. Si él o ella no me llamaron, entonces tampoco llamaré. Debemos entender que el ser educado, el saludar a las personas, el reconocer sus méritos o finalmente el disculparse pasada la fecha, hace grande al ser humano, moderniza su espíritu, satisface a las partes, y descontamina el alma engañada o mareada de tantos falsos halagos.
Estoy a la espera de las disculpas decía un padre amigo, esta mañana. Esperaba que su hijo que vive en Barcelona supiese reconocer que había olvidado tan importante fecha. Había confundido la historia y quería escribirla a su manera, sin comprender que algo que no podemos borrar de nuestra mente es a nuestros progenitores.
Finalmente, una reflexión final me viene a la memoria: El ser humano es como una planta, que uniéndose a otra juntan sus semillas y establecen la fuerza del amor en los hijos que nacen. El privilegio de los hijos, es saber que teniendo un apellido funcionan legalmente en una sociedad moderna y se desarrollan como seres independientes. En cambio los padres, trascendemos en los que naciendo de nosotros, germinarán a otros seres para continuar nuestra original historia.
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