(EB-1 junio 2010)
Supongo que hago bien en pintar preparando mi próxima exposición el 6 de setiembre de este año. Como una vegetación tropical mis ideas afloran de manera diferente. Imitando a Gauguin pinto flores. Colores cálidos como siempre, dorados almorzando tranquilamente cada pétalo, cada pistilo, cada tertulia entre flor y flor. Hay un celoso afán de figurar como la mejor entre todas las flores.
Y no escapan para acreditar su belleza un colibrí, una paloma, un caballo o un animal cercano y gustoso de ellas. Porque las flores son como algunas personas, hablan por sí solas, nos tramiten aromas y lenguajes…pero no nos hacen daño, no nos destruyen, no tienen comportamientos subterráneos, no son anarquistas, y son ingeniosas para voltear a mirarlas y no pasar desapercibidas. Imposible que eso no suceda, es que todos nuestros sentidos saben apreciarlas en el jardín, en el bosque, en un jarrón, pues están siempre con una inscripción que dice “mírame, disfrútame, inclínate y sin tocarme llévate mi aroma”.
Impenitente yo, fijándome en las cosas sencillas para llevarlas a mis lienzos. Es que no existen los demonios en mi mundo pictórico cargado de lozanía, inocencia y candor. Imposible dejar de pintar lo que me atrae de la naturaleza. Lentamente avanzo cada cuadro, abandonando las tertulias, los cojines cómodos, los conductos a la buena comida o la sombra del bosque. Quiero que mi pintura trascienda porque en un mundo de conflictos, crisis, muerte, y empolvados pecados ocultándose, quiero ser el pintor de lo bueno, de lo que nunca envejece, de quienes no conocen un bostezo, ni rompen los claros conceptos de cordialidad frente a la luz que nos regala el cielo.
Quiero ser el pintor que entrelaza el color y la forma, para un tema simple como es mi vida. Es mi pintura una protesta a lo complejo de la vida humana, a lo melancólico, lo bárbaro y salvaje, lo que mata ilusiones, lo que nos pasa la factura cuando se llega a viejo. Estoy engendrando el sacerdocio del amor a la tierra que nos ha perdido confianza. Creo que al final, quedará el regocijo de apreciar un trabajo de muchos años. Un rendirse ante el altar de la madre naturaleza, limpiando el pecado original, la ausencia de la capa de ozono, la linterna que no ilumina ya nuestra noche, la liberación final de nuestro más preciado sueño. Entonces las preguntas responderán sobre el agua, las plantas, los animales y sobre el hombre mismo…cuyo recuerdo quedará impregnado en las paredes de una nueva Altamira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario