LA HIGUERA
Ficus
carica o higuera, es un árbol pequeño o un arbusto de la familia de las
moráceas. Árbol frutal de hasta 8 mts de altura, madera muy blanda, hojas
verdes y grandes, que desprenden una leche urticante; su fruto comestible es el
higo. Es una de las especies más característica del Mediterráneo y tiene
propiedades curativas. Precisamente 4, 500 años AC los egipcios ya la
recolectaban como observamos en los jeroglíficos de sus monumentos funerarios.
En
el Antiguo Testamento se lee su nombre como referencia a uno de los árboles de
la abundancia de la Tierra Prometida. También se cuenta que Adán y Eva fueron
expulsados del paraíso y cubrieron su “vergüenza” con una hoja de higuera.
Pero
esos son los datos científicos, históricos y religiosos de la higuera. Es decir
es la historia real de la misma.
Ahora
viene a mi memoria la higuera que hay en un lugar donde trabajo. En medio del
frondoso jardín se levanta orgullosa una higuera. La he visto cuando llegué
allí, y ahora que cumplí 22 años de frecuentar el sitio. La he visto desnuda en
invierno y revestida de verdes y grandes hojas en la estación cálida del año
escolar. Su tronco es como un cuerpo humano y sus ramas tienen la furia del
laberinto que produce sus direcciones. La he visto sollozando en nefastos acontecimiento de la
vida de la institución y la he visto alegre y cubierta de escarchados sueños,
en momentos mejores.
La
he visto querer alcanzar el cielo con sus hojas, y danzar en las hermosos
mediodías de la escuela. También la he sentido despertar en las mañanas cuando
llego y alivia el escultórico esplendor de sus partes.
Pero
no hay mejor época para lucir su belleza, que bajo el sol de setiembre cuando
muere la tarde. Así me retiro del lugar, le sonrío, y camino entre el verde
pasto que la rodea para hacerla entender que al siguiente día estaremos juntos
otra vez para sonreírle a la vida. Parece mentira que ella arranca un
pedazo de mi tiempo para apreciarla con
dulzura, y me obliga a redescubrir las hojas que van encontrándose en sus ramas
alegres.
Últimamente,
la he observado y la veo cubrirse de sombras, fatigada por la calidez de
nuestro encuentro que procuro exprese el musical y mágico secreto que la
higuera y yo guardamos hace años.
Ahora
la veo triste. Parece que esperara un soplo de vida para tener la seguridad de
florecer en primavera y desnudarse en otoño. Hay veces me da la impresión que
sólo se nutre del rocío de la mañana para no ensuciar el suelo donde le levanta
altiva. Tengo la sensación que la variación permanente del clima la desubican
constantemente, aunque escuche cercanamente a los muchachos jugando y
murmurando sus más hermosos cuentos.
Como
debe permanecer inmóvil, sus raíces se entierran en la calidez terrosa de la
zona. De querer caminar a otros lugares, la naturaleza le hubiera regalado pies
como a nosotros los humanos. Por eso permanece allí, idolatrando la belleza de
mi taller, timoneando las temporadas donde se viste y se desviste con sus mejores
galas.
Sentado
en mi escritorio, veo el verdor que transcurre en su vida, y agradezco al cielo
haberla conocido. La higuera y yo somos silenciosos amigos que nos miramos por
siempre, por los siglos de los siglos….
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