A LA MUJER
QUE MÁS QUIERO
Las mujeres han inspirado durante
siglos a los varones y a otras mujeres. Son testimonio-reflejo de una mujer que
la antecedió. Generalmente la madre, o la hermana, o la tía, sino fue también
la abuela. Las mujeres trascienden en las generaciones porque están llenas de
amor por los demás, y especialmente por sus hijos, si llegaron a ser madres. Son
originales porque no pretenden imitar las virtudes de otras mujeres, sino que
aprenden desde temprano a cultivar sus propias virtudes. No falsifican el amor,
porque ellas son la manifestación más pura del amor en potencia. Son auténticas
para amar, para entregarse, y para acompañarnos en nuestros sueños y en
nuestras realidades. Es consecuencia de la valoración que aprenden desde la
cuna. Ajenas a lo artificial de una sociedad que predica pero no cumple, que
copia muchas veces lo malo y olvida lo bueno. Sometidas a una supervaloración
de sus virtudes y sus silencios.
Así recuerdo a mi amada madre doña Victoria
Aurelia Coloma Vinces de Bustamante. Ella no se hacía juicios malévolos sobre
las personas. Amaba sin muros, sin distancias, sin obstáculo y se entregaba al
prójimo en el más puro sentido de la palabra. Ella no conoció la falsificación
de la sonrisa obligada, ni el beso utilitario, ni la caricia fingida. Ella
activaba permanentemente su corazón para ser útil, para ofrecer sus manjares,
la exquisitez de su comida norteña tan valorada por nuestros amigos y
familiares, comensales de turno.
No tenía preferencias ni por sus
hijos ni por las personas. Se pasó la vida siendo el soporte espontáneo de los
hijos, el esposo, los sobrinos, y los nietos. Por esa razón aún la recordamos y
le obsequiamos el mejor espacio, porque lo merece hasta el final de nuestros
días.
Hoy que es el “Día Internacional de
la Mujer”, quiero recordarla, rendirle homenaje y con ella a todas las mujeres
que llegaron a mi vida y me ayudaron a continuar el camino, a sonreírle a la
vida, a encontrar las coordenadas para no perderme. Siempre fueron las mujeres
de dimensiones mayores, de naturaleza sencilla, elocuente en sus gestos y
palabras, dulces en la ternura de su amor incondicional, frágiles para
entregarme lo mejor de ella, llenas de color y de los positivos contactos que
han hecho de mi lo que soy.
Gracias por respetar mi espacio e
improvisar escenas donde siempre me siento favorecido. Gracias a las que son
puramente visuales, a las que me sonríen, las que llaman por teléfono, las que
envían un mensaje escrito y las que me abrazan con ternura. Felicitaciones a
todas las que tienen la habilidad de conseguir una sonrisa, un abrazo, un beso
y la adaptación de mis costumbres para brindarles la felicidad que se merecen.
Dios las bendiga.
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