EL SUEÑO DE CUASIMODO
(EB-26
noviembre 2013)
¿Somos
los artistas seres especiales?...¿Llevamos dentro de nosotros algo que nos hace
diferente?,…¿O es que buscamos el aplauso, el reconocimiento, el halago, la
publicidad como la mejor manera de vivir satisfechos?
Difícil
forma de enfrentar la vida en sociedad. En una sociedad que está pendiente del
quehacer de los demás, pero especialmente de los que hacemos arte. Porque el
ser artista es perseguir el ideal que alguna vez alcanzamos, por ser sensibles ante
la belleza, y soñar con ella hasta el posible hastío.
La
verdad es que llevamos dentro de nosotros muchas cosas que nos hace diferente:
la sensibilidad, el talento, los ideales, el sabor del triunfo, la constancia
para un buen camino, el aroma del halago, el reto, la pregunta siempre para
encontrar la respuesta oportuna a través del arte. El tiempo para hablar a
través de nuestro arte, la decencia para aceptar que siendo diferentes, no
dejamos de ser iguales seres humanos como los otros que no son artistas de
profesión. Somos los artistas como golondrinas abriéndose el pecho para
expresar nuestra actividad artística, y somos algunas veces el silencio para
escucharnos a nosotros mismos, no importando en qué rincón de nuestra alma está lo que cultivamos.
La
gente toda quiere ser artista. Lo vemos en programas de televisión, en
concursos masivos, en propaganda escrita, en el juego de las palabras, en las
becas y oportunidades que ofrecen las universidades, las empresas privadas, los
potentados económicos. Todos ellos pretenden incentivar el aspirar ser o tentar
ser, una expresión en el campo del arte.
La
verdad es que todos tenemos dentro el bichito para ser artistas. Es más, el
hombre es un artista en potencia. Lo que sucede es que no todos escogemos el arte
como la mejor manera de llevar adelante nuestra economía. Ser artista es hacer
del arte el centro de nuestra vida. Producir arte, vivir del arte, disfrutar
con el arte. A eso se suma el viajar, aprender idiomas, disfrutar de ciertos
privilegios, y el sabor del halago, los flashes de la prensa, las loas de los
medios de comunicación. Pero también los artistas vivimos aislados dentro de
una sociedad cada vez más masiva y vulgarizada en el escándalo y el bullicio.
El
talento llega a nosotros gracias a nuestra sensibilidad, nuestra formación y
nuestra experiencia. Somos una sociedad aparte, nos gusta los retos, la
expresión de un lenguaje diferente donde el sonido, la forma, las masas, los
espacios y el color hacen de las suyas en el infinito y maravilloso mundo de
este planeta.
Pero
también los artistas conocemos la enfermedad, la soledad, el silencio, la
traición, el desamor, o nos quedamos en la infancia creativa sin avanzar, sin
desarrollar nuestro arte para beneficios mejores.
Ser
artista no es necesariamente consumir drogas, tener los pelos largos, tatuajes
que como escarcha saturan nuestro cuerpo, tampoco es creer en supersticiones
nativas, ni cometer actos bochornosos en público, o expresar desviaciones
sexuales, morales y éticas, ni exponernos sexualmente en vista común. Tampoco
hacer creer a los demás que nuestra situación es miserable, y pedir “Pensión de
gracias del estado”, cuando en realidad mantenemos la economía diferente al
común de los mortales.
También
es importante saber que la fama no la podemos tocar, comer o tomar. La fama es
un tope que puede caer en cualquier altura para convertirnos en habitantes
comunes. La fama nos hace mirar a otro lado y de particular manera. Nos enseña
a comprender que la justicia es pan de todos, y que el hambre y el frío puede
ser motivo de nuestras desesperanzas como cualquier mortal. La fama es válida
cuando bajamos el orgullo para sentirnos iguales, para vencer nuestras pasiones
deshumanizadas, para sonreír a los demás aunque la procesión vaya por dentro.
Soñar
ser artista, desear ser artista, es una meta que millones de personas se
proponen en el correr de los años. Debemos entender que cada arte es un
lenguaje diferente y común en belleza, y que cada artista es el tiempo que dure
su expresión y lo que queda de él en el espacio y el tiempo.
Así
como Quasimodo, todos tenemos sueños irrealizables cantados malévolamente para
hacernos mártires o santos de la belleza que produce el arte.
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