Hay momentos que no se resisten, son un reto cotidiano a la vida. Matan poco a poco las ganas, la aventura de continuar a la deriva, en un mundo inseguro, demasiado real para no creer en él. Es tocar el peligro, apagar la luz para perderse en el túnel del tiempo misterioso de la nada. Es ingresar el paisaje dantesco donde se termina de construir el infierno propio.
También existe el juego permanente de la alegría volcada en el columpio cuando fuimos niños. El eterno juego de la promesa de mamá para el fin de semana próximo. La ropa nueva, los zapatos lustrosos, el pijama caliente y la torta de cumpleaños sobre la mesa hasta cantar el “feliz cumpleaños”. Así transcurre la vida, así se conserva energía para enfrentarla. Aprendiendo que el disfrutarla es de cada cual, como cuando defendemos nuestras promesas, y endulzamos con la mejor miel nuestros pecados.
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